martes, 14 de marzo de 2017

El concepto de «ciudad sostenible» se utiliza frecuentemente cuando se trata de hablar de las transformaciones urbanas contemporáneas, pero en realidad engloba realidades muy diferentes. Por desplazamiento semántico o por nuevos enfoques, las declinaciones de este concepto – eco-zonas, ciudad inteligente, ciudad de distancias cortas, ciudades en transformación, entre otras – son el reflejo de la voluntad tanto política de transformar nuestra relación con la ciudad, como ciudadana de apropiarse de la ciudad de una manera diferente. 

Como consecuencia del encuentro entre problemáticas ecológicas (i.e. disminución de la biodiversidad en las ciudades) y sociales (i.e. desigualdades en el acceso a los servicios básicos, segregación social y espacial), los desafíos del desarrollo sostenible ligados a la ciudad se inscriben hoy en un marco renovado. De un lado, los desafíos de conservación de la biodiversidad, sobre todo en los ámbitos urbanos, están inscritos en las agendas políticas en todos los niveles: internacionales, como la conferencia mundial sobre la biodiversidad en Nagoya (Japón) en 2010, y nacionales, como los encuentros «Grenelle de l'environnement» en Francia, en 2007. Por otro lado, el concepto de «ciudad sostenible» en sí mismo es a menudo criticado, debido al fracaso de las políticas de desarrollo sostenible, juzgadas por ser demasiado técnicas o demasiado instrumentalizadas. 

Esta problemática está íntimamente ligada a la política urbana, para la cual la calidad de vida es cada vez más importante ya que el desarrollo de la ciudad sostenible y su integración con el entorno debe realizarse de manera armónica, teniendo en cuenta todos los actores con el fin de proponer planes de desarrollo concertados. De esta manera, este coloquio abordará a la vez el concepto de «ciudad sostenible» y el de «ciudad-región sostenible».

DOCUMENTO



EXPOSICIÓN


lunes, 8 de agosto de 2016

¿LA CIUDAD SE EXPANDE AL ORIENTE?

A propósito de la construcción de vías en el Oriente y la Conservación de los Cerros Orientales de Bogotá

Imagen 1. Vista del Barrio Egipto. Al fondo los Cerros Orientales.
Fuente: Oleo de Gonzalo Ariza, 1945.

Durante el siglo XX, el núcleo urbano de la ciudad colonial de Bogotá se expandió al occidente, al norte y al sur. Hoy en día podemos describir el perímetro urbano de la ciudad por medio de la figura de arco extendido. Exceptuando algunos casos, podemos afirmar que el perímetro urbano ha crecido ceñido a los cerros. El oriente es la última barrera que le queda a la metrópolis de Bogotá por vencer. Dadas las controversias recientes sobre el déficit de suelo urbanizable, y las propuestas de la segunda administración del alcalde Peñalosa de extraer hectáreas de los ecosistemas protegidos dentro del área urbana para la realización de grandes obras, es pertinente reflexionar sobre las posibilidades de urbanización de los Cerros Orientales y las áreas rurales y ambientales protegidas de aquel territorio.

Algunos dirían que la posibilidad que ocurra un proceso de urbanización intensiva, incluso tenue, no es posible, porque las figuras de protección establecidas en su momento por el Inderena, mediante el Acuerdo 30 de 1976 o más recientemente la Sentencia 2005-00662 del 5 de noviembre del 2013 del Consejo de Estado, tienen en el ojo de la opinión pública a las autoridades ambientales responsables de proteger este ecosistema. Sin embargo, el ordenamiento territorial es producto de una dialéctica entre decisiones estatales y procesos sociales, en el cual los segundos siempre desbordan los cálculos de la planeación.

Al respecto, recordemos que la expansión de Bogotá en las direcciones que ya señalamos no fue resultado de un proceso de planeación ordenado. En cada momento particular, diferentes entidades estatales tomaron la decisión de construir un conjunto de vías e infraestructuras que favorecieron la ocupación y urbanización de territorios que no estaban relacionados con la dinámica urbana. En el occidente, resaltamos la Estación del Ferrocarril de la Sabana y el Aeropuerto de Techo, dos equipamientos conectados por la Avenida de las Américas. Al norte, la construcción de la Carretera Central de Norte y la Autopista Norte. Y al sur, la construcción de la Avenida Caracas, la Escuela de Cadetes General Santander y la Autopista Sur. Este conjunto de vías e infraestructura posibilitaron la urbanización formal e informal en la ciudad.

Hoy, estamos ante un proceso algo más lento, pero similar hacia el oriente. En primer lugar, las vías que conducen hacia los centros urbanos de la Calera y Choachí han favorecido un tránsito continuo y regular de personas que viven en aquellos municipios y trabajan en Bogotá. Por otra parte, la construcción del Corredor Perimetral de Oriente y el mejoramiento de las vías secundarias ha venido aumentando la velocidad de desplazamiento, lo que conllevará al incremento de los precios del suelo y la presión por la urbanización.

Imagen 2. Diseño del Corredor Perimetral de Oriente.
Fuente: Agencia Nacional de Infraestructura (2016).

Otro tipo de fenómenos, como la propuesta de construir un sendero de sur a norte sobre los Cerros nos está indicando la intención de continuar fragmentado la Estructura Ecológica Principal, del modo como en los últimos 70 años ha ocurrido debido a la expansión del perímetro urbano.

Si el conjunto de intervenciones antrópicas continua fragmentando los elementos ecológicos que componen el ecosistema de los Cerros, la pérdida de los servicios ecosistémicos no solo será representativa para el Distrito Capital, sino para la región en conjunto. El problema aquí, no consiste en ver cómo usamos el Derecho o elementos del Ordenamiento para restringir, sino, cómo avizorando el desarrollo de un proceso social, podemos implementar la construcción de un región sin sacrificar los elementos de la Estructura Ecológica Principal.

El problema claramente está en que las entidades encargadas del ordenamiento territorial, o que toman decisiones de ordenamiento no están integradas en una sola mesa intersectorial, las decisiones de conservación y restauración no van de la mano con las decisiones de conectividad, ni con las decisiones de crecimiento urbano. Si la ciudad se expande al oriente, será producto de una fuerza social que el Estado no puede evitar, lo cual nos debe llevar a formular el problema desde una óptica distinta y más integral: ¿Cómo gestionar una expansión ordenada de la ciudad en el oriente sin fragmentar los servicios ecosistémicos que ofrecen los Cerros Orientales?

Alan David Vargas Fonseca

miércoles, 30 de marzo de 2016

Reflexiones sobre la historia reciente del Ordenamiento Ambiental del Distrito Capital


                         Análisis desde un enfoque Urbano Regional

Autor:
Alan David Vargas Fonseca[1]
Co-autores:
Adda Daisy Vargas Fonseca[2]
Nicolás Bernardo Navas González[3]

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[1] Estudiante de la Maestría de Ordenamiento Urbano Regional del Instituto de Hábitat, Ciudad y Territorio de la Universidad Nacional de Colombia. Abogado & Administrador Público.
Correo electrónico: advargasf@unal.edu.co
[2] Estudiante de Ingeniería Mecatrónica de la Universidad Instituto Técnico Central.
Correo electrónico: advargas@lasalle.edu.co
[3] Abogado urbanista, egresado de la Universidad Nacional de Colombia.
Correo electrónico: nbnavasg@hotmail.com


Resumen
Los proyectos propuestos por la segunda administración del alcalde Enrique Peñalosa exigen intervenciones profundas en los componentes esenciales del sistema de áreas protegidas del nivel distrital y por lo tanto implican modificaciones en la gestión de la estructura ecológica principal. Al respecto, el hecho que todavía sean cuestionados los usos permitidos en los suelos de las áreas protegidas y que los proyectos urbanos demanden la modificación de la estructura ecológica principal, significa que hay no hay una concepción de largo plazo sobre el Ordenamiento Ambiental del Territorio en el Distrito Capital. Esto es debido a que las decisiones sobre el ordenamiento ambiental no han podido ser tomadas por el gobierno de la ciudad, las decisiones de ordenamiento relevantes han sido proferidas por autoridades del nivel nacional, regional y por órganos del poder judicial. El problema sobre el que se reflexiona en este documento consiste en realizar una aproximación a los fenómenos sociales y administrativos por los cuales no ha sido posible la definición de un proyecto de ordenación ambiental del territorio del Distrito Capital. El objetivo de esta reflexión está dirigido a identificar las perspectivas de gestión ambiental sobre las cuales se debate la administración distrital y la región.

Palabras clave
Ordenamiento Ambiental del Territorio, Bogotá, Distrito Capital, Estructura Ecológica Principal, Plan de Ordenamiento Territorial, Espacio Público, Visión de Ciudad.



Introducción

En el artículo primero del Plan de Ordenamiento Territorial del Distrito Capital, contenido en el Decreto Distrital 190 de 2004, están definidos los objetivos del ordenamiento de la ciudad a largo plazo, que brevemente pueden ser definidos del siguiente modo: 1) Garantía de la sostenibilidad ambiental, económica y fiscal, 2) Auto reconocimiento de la ciudad como nodo de la región 3) Deber de orientar la planeación en perspectiva regional, 4) Detención de los procesos de conurbación , 5) Dinamizar las ventajas competitivas de la región, 6) Reconocimiento de la interrelación urbana-rural (hábitat), 7) Redistribución de los recursos asociados a los desarrollos urbanos, y 8) Equilibrio y equidad territorial en la oferta de servicios ciudadanos.

En síntesis, y de manera integrada, podríamos decir que el «gran objetivo» del ordenamiento territorial del Distrito Capital es el siguiente: Bogotá debe ser una ciudad sostenible, debe conseguir ser el centro dinamizador de la región, el gobierno de la ciudad debe ser capaz de garantizar una hábitat equitativo para todos los pobladores y también debe prevenir los procesos de conurbación. Ahora, más allá de estas declaraciones, en estos objetivos de largo plazo no es fácilmente discernible una visión de ciudad, son objetivos que pueden estar correspondidos con necesidades y aspiraciones de otras ciudades del país o del mundo, pero en dichos objetivos no hay un proyecto de ciudad ni una región en concreto, y la carencia de ese proyecto es la causa de debates y controversias sobre el propósito al que deben ser funcionales las estructuras del ordenamiento distrital.

Al respecto, recordemos que el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) define tres estructuras que soportan los procesos sociales en la ciudad, estos son: La Estructura Ecológica Principal (EEP), la Estructura Funcional de Servicios (EFS) y la Estructura Socio-Económica y Espacial (ESEE). Dentro de la filosofía del POT, el enfoque estructural está definido en el sentido que la estructura construye el objeto y no a la inversa (Bastide, 1968). Esto causa el vacío ontológico del POT, puesto que la administración cuenta con las herramientas para gestionar cada una de las estructuras, pero no existe una visión socio-espacial de la ciudad y la región, razón por la cual, las propuestas de urbanizar el Área de Reserva Forestal Productora Thomas van der Hammen, construir un gran malecón en la ronda del río Bogotá o construir un corredor ecológico en el Área de Reserva Forestal Protectora Bosque Oriental de Bogotá (Cerros Orientales) no resultan ideas «imposibles».

Lo que será realizado en este documento es un análisis global sobre lo que ha determinado la incertidumbre del ordenamiento ambiental en el Distrito y que es motivo de pugna entre la administración y las organizaciones civiles. En término concretos, nuestra reflexión estará hilada por la siguiente pregunta: ¿Por qué no ha sido posible la consolidación de una visión y ordenamiento ambiental en la ciudad de Bogotá y la región? Esta pregunta nos llevará a formular el contexto ambiental de lo urbano-regional en la Sabana de Bogotá. Metodológicamente, será planteado un correlato histórico respecto de la Ordenación Ambiental de Bogotá y la región en relación con la expansión del área urbana durante los últimos 70 años.



La fragmentación urbana y socio-espacial de Bogotá: expansión de la ciudad e impacto regional

Debido a las migraciones que llegaron a Bogotá ocurridas entre 1950 y 1970, los investigadores ubican el crecimiento de la población como uno de los principales problemas urbanos. Ya sea en términos sociales (Torres Carrillo, 1993) o como causa de los desequilibrios ambientales (Preciado Beltran, & Otros, 2005), el colapso urbano tiende a ser explicado en términos cuantitativos por el aumento de los habitantes urbanos.

Sin embargo, la exposición del problema urbano de Bogotá enfocada solamente en el desarrollo del impacto de las tasas de crecimiento no resuelve las preguntas cualititativas que son posibles de formular cuando se realizan análisis sobre la trayectoria de las instituciones urbanas y los proyectos de infraestructura urbano-regional. A modo de ejemplo, el crecimiento urbano de la ciudad no hubiera sido posible sin las innovaciones que tuvieron lugar durante el siglo XX, como la potabilización del agua (Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, 2003), la construcción de una red de alcantarillado (Torres Latorre, & Mejía Pavony, 2013), el desarrollo ferroviario de Bogotá y el establecimiento de la capital como centro comercial y de servicios (Zambrano, 2007).

Este tipo de factores, relacionados con la modernización de la ciudad y la puesta en marcha de un proyecto burgues (Mejía Pavony, 2009), habían determinado el crecimiento de Bogotá en la segunda mitad del silo XX mucho antes de los eventos ocurridos el 9 de abril de 1948. Las consecuencias del evento denominado “bogotazo” fueron simplemente la canalización de un proceso que ya tenía impulso[4]

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[4] Particularmente, en lo que se refiere al incremento de la población de Bogotá, desde 1918 son identificables el aumento de las tasas de habitantes en Bogotá (Vargas Lesmes, & Zambrano, 1988).

De este modo, el problema a identificar aquí no es el aumento de la población urbana en Bogotá y todos los desequilibrios que han sido identificados por diversos estudios, sino los problemas emergentes de carácter cualitativo relacionados con la administración municipal y la visión de Bogotá como una unidad. Al respecto, para realizar una aproximación a este fenómeno, es esencial revisar el papel de la construcción de vivienda formal e informal en la ampliación y construcción de la red urbana en el siglo XX, pues conforme aumentó la cantidad de los habitantes de la ciudad, aumentó la demanda de espacios para vivir.

Esta demanda de vivienda, realizada por diferentes sectores sociales, ocasionó el desbordamiento del antiguo perímetro urbano: el tradicional casco histórico de Santafe, que durante más de tres siglos creció lentamente, fue desmantelado. Alrededor del casco colonial se formaron diferentes procesos de vida urbana, el comercio y el capitalismo transformaron el paisaje preminentemente religioso que había heredado la ciudad del período colonial y el cual fue conservado durante el primer siglo republicano, de un modo similar por el cual las ciudades de la edad media fueron transformadas con el auge del comercio (Pirenne, 1971).

El problema está, en que tal como lo habían planteado los clásicos, un conjunto de casas no hacen ciudad, y Bogotá, en el medio del proceso de transformación capitalista del siglo XX se convirtió en un espacio para una multitud casas. Diferente a lo que ocurrió en los siglos anteriores, en el que la ciudad capital era un lugar de paso para la élites administradores y no de establecimiento (Martínez, 1978), Bogotá en el siglo XX se convirtió en un lugar donde la burguesía, los terratenientes regionales, las incipientes clases medias y las nuevas clases obreras querían o debían vivir.

Podemos decir que el modelo general para construir dicho conjunto de casas para ricos y no ricos fue concebido como la construcción “ciudades” dentro o alrededor de la “ciudad”. Chapinero es el primer ejemplo de un espacio urbano relacionado con Bogotá que asumió una independencia simbólica respecto al orden urbano de la tradicional Bogotá (Mejía Pavony, 2009). Chapinero marcó la pauta de crecimiento de la red urbana al norte del casco histórico, especialmente para las personas con capacidades económicas que buscaban encontrar la intimidad y gozar efectivamente de las condiciones higiénicas disponibles para cierta clase de ciudadanos a finales del siglo XIX (Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, 2003).

El hecho ordenador, por el cual aquel cacerio al norte llamado Chapinero se unió urbanisticamente con el tradicional casco colonial tuvo consecuencias importantes. Primero, las relaciones entre Chapinero y Bogotá incentivaron la construcción de la primera obra de infraestructura visible: el tranvía. Por otra parte, Chapinero dio el ejemplo, para que de modo análogo, la población tuviera la aspiración de vivir “a las afueras de la ciudad”, no importaba si fuera en el norte o en el sur[5].

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[5] Parece sencillo afirmar esto, y aunque en el sur hubo algunos ejemplos, como el barrio ciudad jardin, en el sur de la ciudad había condicionantes materiales y simbolicas para realizar proyectos apetecidos por la naciente burguesia, el primero era la disponibildad del acueducto de hierro, y segundo en el sur estaban instalados los hospitales y asilos para individuos sin recursos económicos.

Esta trayectoria, que tuvo una inercia incuestionable durante los gobiernos de la hegemonía conservadora, adquirió forma y patrocinio estatal con la consolidación de un gobierno planificador en los gobiernos de la República Liberal (1930-1946) (Arango López, 2011). En esta época, un ejemplo notorio de la visión de ciudades dentro de la ciudad fue la planificación y construcción de la ciudad universitaria: la Universidad Nacional fue desplazada de los edificios del centro de la ciudad a la periferia, en el occidente, donde las lagunas y pantanos no hacían pensable la instauración de viviendas.

En este contexto, en el que estaba apareciendo una red urbana de ciudades satélite sin corresponder a un proyecto planeado o controlado, en el que las nuevas oficinas públicas obras y urbanismo intentaban instaurar y poner orden, fue propuesta e implementada la primera zonificación de los usos del suelo y establecimiento de un perímetro urbano en Bogotá mediante los Acuerdos 15 y 22 de 940.


Imagen 1. Plano de Bogotá: Perimetro de la zona urbanizable (Acuerdo 15 de 1940) y linderos de las zonas a que se refire el artículo 4 del Acuerdo 22 de 1940.

  Fuente:Secretaría de Obras Públicas Municipales, tomado de Cuéllar Sánchez, & Mejía Pavony (2007).


Esta zonificación y determinación del perímetro urbano tenía varios objetivos. Primero, consolidar las áreas de urbanización definitivas para Bogotá, segundo, no permitir el otorgamiento de licencias para los predios o áreas fuera del perímetro, y por último, la zonificación pretendía aumentar el impuesto predial de acuerdo a la zona, para obligar a los propietarios a urbanizar los lotes y así solucionar la escasez de vivienda de un modo controlado por la administración municipal, específicamente, el Acuerdo 22 de 1940 busca generar una transformación en las zonas B y C.


Imagen 2. Corema de del plano de Bogotá y la zonificación establecida por el Concejo en el año de 1940.
Fuente: Elaboración propia con base en el plano de 1940.


La zona A corresponde al Centro histórico cultural, el cual ya estaba edificado y el Acuerdo 22 de 1940 no establece disposiciones especiales para esta zona, como tampoco para la zona D. La apuesta era urbanizar las zonas B y C con barrios residenciales y obreros (el norte y el occidente de la ciudad), con los cuales se esperaba compactar la ciudad nuevamente: este es uno de los primeros instrumentos cuyo propósito era rellenar los espacios vacíos (lotes) dejados de lado por el desarrollo urbano y de compactación.

Sin embargo, los acuerdos de 1940 ya contenían las semillas de los problemas de ordenación actuales. En primer lugar, dejaron por fuera del perímetro urbano asentamientos claves para el futuro desarrollo informal de la ciudad, como fueron los barrios de Santa Lucia y las Ferias. En segundo lugar, no fue contemplado el desarrollo urbano de los municipios vecinos, por ejemplo, el caso de Usme y Bosa en el sur, específicamente en lo que hoy es la localidad de Tunjuelito, o de Usaquén y Suba al norte y de Engativá en el occidente.

Imagen 3. Croquis de las urbanizaciones clandestinas en Bogotá y los alrededores hacia 1950.

Fuente: Joaquín Martinez, tomado de Cuéllar Sánchez, & Mejía Pavony (2007).


En el croquis sobre urbanizaciones clandestinas elaborado por el ingeniero Joaquín Martinez en el año de 1950, observamos con color negro los proyectos urbanísticos de la ciudad formal, y en color rojo los procesos informales, estos últimos representan el fracaso del proyecto del Acuerdo 15 de 1940. Dado que los procesos de parcelación informal estaban siendo impulsados por la necesidad de vivienda y guiados por la idea de mejorar la calidad del vida lejos del centro, los habitantes y testigos de este hecho ordenador no repararon en la conservación de humedales o relictos de bosque, incluso en gran cantidad de urbanizaciones informales no fueron conservados lugares para el espacio público diferente a las calles por medio de las cuales ingresaban a la casa (Zambrano, 2004).

Lejos de ser el modelo de la ciudad en el jardín, el cual defendía la conservación de amplios espacios verdes (Hall, 1988), este modelo de espacios semi-urbanizados, dispersos y desarticulados condicionó los futuros proyectos de uniformidad e identidad de la ciudad a la construcción de vías. Desde entonces, la sensación de la velocidad y el proyecto de una ciudad-región para los automóviles, ha demandado una gran cantidad de sacrificios ambientales: vivir y desplazarse en Bogotá ha insensibilizado a los habitantes respecto de la relación con la naturaleza.


Imagen 4. Impacto del proceso de urbanización no controlada en la Sabana de Bogotá.
Fuente: (Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, 1974).


En 1950 era difícil imaginar que aquellos inmensos espacios en blanco iban a ser rellenados de cemento y ladrillo, quizá como a nosotros, en el año 2016 nos asombra el hecho que la Sabana está un intenso proceso de urbanización, sin embargo, ya en el estudio realizado por el BIRF en 1972, con base en la superación de expectativas sobre el crecimiento de la población de Bogotá, fue previsto que el crecimiento continuaría y afectaría al conjunto de municipalidades vecinas a Bogotá, tal como está mostrado en la imagen 4.

Desde hace 70 años es claro que el problema de Bogotá no le compete únicamente a la entidad territorial que hoy se corresponde con el Distrito Capital. El proyecto de una ciudad y una región no es debatido porque parece que la falta de ordenamiento ha sido un ingrediente fundamental para la prosperidad de intereses de políticos locales, urbanizadores y oficinas administrativas. Si los políticos no están interesados en negociar los círculos electores, si los urbanizadores sacan más ganancias en una región sin orden y si las entidades administrativas pueden cumplir mejor los mandatos legales sin complicar la ejecución en enredadas formas de cooperación, entonces será preferida la actuación individual.

Parece que hay mejores oportunidades para los actores clave en la falta de consenso, y en ese marco, la ordenación ambiental refleja la fragmentación política y social de la Sabana, la cual debería contar con un solo proyecto. Ahora, retomando lo dicho al principio de este intertítulo y respecto de la trayectoria de Bogotá, parece ser que esa aspiración a evitar la conurbación y construir una ciudad compacta, una ciudad de ciudades de casas, refleja la ausencia de una región deseada y capaz de atender el problema cualitativo de la sostenibilidad.

La contradicción fundamental del POT, que refleja la conveniencia de una falta de consenso regional, consiste en que las administraciones de turno no pueden aceptar que las decisiones de ordenamiento relevantes no sean visibles en el territorio del Distrito Capital. No importa que a Bogotá vayan a llegar dos o tres millones de personas más, esta ciudad ya no puede seguir siendo pensada como una metrópolis súper compacta, y sin embargo así es. De este modo, si Bogotá intenta resolver los problemas de espacio público y de vivienda solo mirando el suelo propio entonces tenemos que los territorios del sistema de área protegidas son los primeros en ser amenazados, si la discusión se queda en ese nivel, proyectos como la urbanización de la reserva van der Hammen son problematizados como una necesidad de la ciudad.

La región ambiental de Bogotá: Bordes, Región y Nación

La unidad de Bogotá y su relación con la región es visible por medio de las vías y la infraestructura de transporte que une a la Sabana. Las vías incentivan el intercambio económico y en un modo muy importante garantizan la sostenibilidad de la ciudad porque por ellas llegan los alimentos y fuentes de energía que necesita la población. Las vías son una infraestructura visible, diferente a las infraestructuras ambientales: los procesos ecológicos son identificables en el territorio pero la interacción y la dinámica de los servicios ambientales que usa la población requieren de una formación conceptual para valorarlos.


Imagen 5. Bogotá y sus alrededores: Hoyas hidrográficas de propiedad de Bogotá y por adquirir hacia 1955.

Fuente: Plano elaborado por Francisco Wiesner, tomado de Cuéllar Sánchez, & Mejía Pavony (2007).


Debido a dicha necesidad conceptual para entender los procesos ecológicos, son las disciplinas y los profesionales de la ingeniería, quienes inicialmente señalaron la importancia de conservar los bosques donde nacían los ríos y de la necesidad de adquirir los predios correspondientes a las hoyas hidrográficas cercanas a la ciudad para garantizar la sostenibilidad (Bernal Hadad, 2005). Con todo, durante el proceso de apropiación ecológica de la región, la razón no era la sostenibilidad sino, sino “la higiene, el saneamiento y el embellecimiento”.

Además, el proyecto de garantizar la sostenibilidad de la ciudad en la región fue un asunto de interés nacional. Con base en la Ley 127 de 1919, pero especialmente con la Ley 50 de 1931, la cual declaró de utilidad pública las obras relacionadas con el desarrollo urbano de Bogotá, la nación intervino para construir la planta de tratamiento de Vitelma y el embalse de la Regadera, dos obras que mejoraron la calidad del agua y el abastecimiento (Zambrano, 2007). Luego de esta decisión de ordenamiento del nivel nacional de los gobiernos de la república liberal, el siguiente movimiento lo hizo el General Gustavo Rojas Pinilla, quien proyectó en el espacio urbano de Bogotá una imagen de nación moderna: la construcción del Centro Administrativo Nacional, el Aeropuerto El Dorado, la Autopista Norte, ente otras de las intervenciones del Ingeniero General, fueron decisiones de ordenamiento impuestas por la nación y que reconfiguraron la dinámica de ocupación del suelo (Cortes Díaz, 2006).
La objeción a los actores históricos que desde el nivel nacional tomaron diferentes decisiones de ordenamiento sobre el espacio urbano de Bogotá no consiste en la falta de planeación, quizá natural para aquel tiempo, sino en la incongruencia de los proyectos respecto de la idea de una ciudad, la nación ordenó el espacio urbano con miras a crear un centro administrativo de la nación, dejando de lado los impactos en la estructura socio-económica y espacial. No podemos afirmar que la modernización es en sí misma destructiva, de hecho en la imagen 6 traemos a colación un plano elaborado por Le Corbusier en su visita a Bogotá, y que contiene una versión moderna de las primeras propuestas de ordenamiento ambiental y control de la expansión urbana. En dicho plano no solo hay plan para controlar la urbanización ilegal, sino una propuesta de vida de los habitantes en el territorio.


Imagen 6. Cinturones verdes para la ciudad de Bogotá propuesto por Le Corbusier para el plan Piloto en 1950.
Fuente: Le Corbusier, Proyecto de Plan Piloto para Bogotá, tomado de Cuéllar Sánchez, & Mejía Pavony (2007).


Los bordes ambientales tienen un efecto simbólico en la proyección y visión de la ciudad (Zuluaga Sánchez, 2008). Debido a la demanda de agua que produce la ciudad, ha sido necesario la apropiación de la oferta ambiental de la región, lo cual produjo un desvanecimiento del contacto de la población con los ríos y embalses distantes de los cuales beben. Puesto que el área urbana depende cada vez más de las ofertas ambientales distantes, un modo de traer la estructura ecológica principal al área urbana puede ser por medio de una estructura simbólica con corredores de ronda y franjas de transición entre lo urbano y lo rural.

Este proyecto de “modernidad verde” de Le Corbusier existe formalmente en el ordenamiento del POT, figuras como los corredores ecológicos o similares buscan establecer franjas ambientales visibles que sean referentes para la ciudad (Remolina Angarita, 2006). Pero la diferencia entre la propuesta de Le Corbusier y lo que está establecido en el POT consiste en que los actuales corredores ecológicos no fueron un proyecto consciente, son un relicto de naturaleza que no fue arrasada ni escondida (Osorio Osorio, 2005).

Específicamente la relación entre los bordes de la ciudad y la región, consiste en que por medio de los bordes, los habitantes pueden mirar la región, dado que desde 1940 el perímetro urbanizable viene siendo ensanchado y los bordes desplazados hacia lo rural, la administración de la ciudad ni los ciudadanos han podido ver la región. Pero, para administrar esta gran metrópoli ciertamente fue necesario que la administración pública pudiera gestionar, definir y apropiar la oferta ambiental regional, este trabajo ha sido realizado por el Acueducto de Bogotá, que con un enfoque gerencial ha logrado traer agua desde diversas partes para satisfacer la sed de los bogotanos y habitantes de otros municipios (Mesa, & Otros, 2010).

Por otra parte, están las intervenciones propiamente ambiental que realizaron entidades del nivel nacional para detener el deterioro ambiental (Ministerio del Medio Ambiente, 1998). En un primer momento, una entidad clave en la definición y manejo del río Bogotá, los afluentes y los bosques fue el Inderena, quien en 1976 realizó un conjunto de declaraciones que modificaron teóricamente el papel de las montañas y los ríos en la Sabana. Específicamente con el Acuerdo 30 de 1976 de dicha entidad fueron establecidas las áreas de reserva forestal del Bosque Oriental de Bogotá y de la Cuenca Alta del Río Bogotá.

Estas reservas fueron declaradas en el proceso de formulación de una política ecológica nacional. Para aquel entonces no tenían fines urbanísticos, en el sentido de limitar la expansión urbana, las reservas estaban lejos del área urbana, excepto la del Bosque Oriental de Bogotá, la cual perseguía otros fines, e instauraba una nueva filosofía en la política de conservación ambiental: los propietarios o poseedores de predios en reservas declaradas tienen responsabilidades con la protección y conservación del ambiente (Carrizosa Umaña, 1978).


Imagen 7. Corema de los bordes urbano-ambientales del Distrito Capital en el año 2016.
Fuente: Elaboración propia.


A la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca y a la administración distrital le tomó al menos tres décadas interpretar y hacer valer la conservación al menos de la reserva del Bosque Oriental de Bogotá, pues incluso hasta hace poco, el Consejo de Estado en una sentencia de segunda instancia del 5 de noviembre de 2013 (Sentencia de Segunda Instancia Cerros Orientales y Franja de Adecuación, 2013) decidió definitivamente la legalidad de la exclusión de más de novecientas hectáreas en la reserva, de las cuales la mitad habían sido urbanizadas o parceladas. Los bogotanos jamás decidieron tener una reserva en los cerros visibles del oriente, que durante siglos fueron simplemente una dispensa de madera. La decisión de ordenamiento vino de afuera, la administración local simplemente intenta hacer una ejecución de ella.

Por otra parte, el establecimiento del río Bogotá como límite en el occidente vino a ser más un hecho ordenador que una decisión. Conforme las urbanizaciones iban venciendo las ´dificultades de las áreas inundable, a las cuales hoy denominamos humedales, la ciudad fue extendiéndose por la Sabana hasta que llegó al límite del área de manejo especial del Río Bogotá, la cual también es el límite administrativo entre Bogotá y municipios como Funza y Cota. Aquí quien se ha encargado de gestionar la conservación del río ha sido la Corporación Autónoma Regional y nuevamente el Concejo de Estado, quien en una sentencia de segunda instancia del año 2014 (Sentencia de segunda instancia catastrofe ecológica del río Bogotá, 2014) tomó ordenó realizar un gran conjunto de intervenciones para solucionar lo que fue denominado la catástrofe ecológica del Río Bogotá.

Respecto del sur y el norte, los problemas son semejantes pero distintos. En el sur de la ciudad ya existe una conurbación notoria con el municipio de Soacha, tanto así que la Empresa de Acueducto de Bogotá presta sus servicios al mencionado municipio, sin embargo, en lo que se refieren a la unión de los espacio urbanos entre Bogotá y Soacha esto ha sido realizado en contexto de urbanización ilegal y además son construcciones realizadas en lomas en montes que hacen difícil el gobierno (Moreno, 2004). Pero también en el sur hay una comunidad rural organizada que realizan trabajo social y político en función de una visión de borde de ciudad urbano-rural sostenible (Instituto de Investigaciones de Recursos Biológicos Alexander Von Humboldt , 2014).

La comunidad rural del sur de Bogotá existe porque en dicha área rural de Bogotá es inmensa, contiene el área rural de la localidad de Usme, Ciudad Bolívar y toda la localidad de Sumapaz (Bohórquez Alfonso, 2009). Mientras que en el norte, solo queda una pequeña porción de área rural que separa el área urbana del Distrito Capital del límite administrativo con Chía y Cota. Aquí, la decisión de constituir un área de reserva sobre mil cuatrocientos hectáreas ha constituido una de las determinantes de ordenamiento más problemáticas en la historia reciente de Bogotá (Ardila, 2009), pues en comparación con el la reserva del Bosque Oriental, el área rural de sur de Bogotá o el área de manejo de especial del Río Bogotá, estas mil cuatrocientos hectáreas son cuantitativamente insignificantes.


Imagen 8. Corema de la Estructura Ecológica Regional de la Sabana de Bogotá y el Departamento de Cundinamarca.

Fuente: elaboración propia.


Pero recordemos que al principio de este artículo nos alejamos de los tipos de análisis enfocados en de datos y nociones cuantitativas. Como es apreciable en la imagen 7, en el Corema de los bordes urbanos de Bogotá, y del modo como hemos hecho una breve aproximación a la historia de dichos bordes en el ordenamiento reciente, todos estos bordes le son impuestos a Bogotá desde afuera, y hasta cierto punto es entendible los recursos a la revisión y modificación. Sin embargo, es positivo para la ciudad contar con estos bordes porque le permiten mirar a la región.

El ordenamiento ambiental expresado en los actuales bordes urbano-ambientales muestra un cerco a al área urbana del Distrito Capital, y para algunos eso debería ser así, sin embargo, pensar de un modo esquemático, parecido a 1940 nos llevará a que la visión del estudio del BIRF en 1972 sobre la urbanización de la Sabana se haga realidad. Bogotá y la región tienen un reto, el cual consiste en construir una visión ambiental de la región. Al respecto en la imagen 8, aparece diseñado un Corema con los elementos esenciales de una estructura ecológica regional.

El elemento central de esta estructura es el Río Bogotá, el cual atraviesa toda la Sabana, y del cual aprovechamos el agua para nuestro consumo y el riego. Seguido a al río está el Área de Reserva Forestal Protectora-Productora Cuenca Alta del Río Bogotá, que junto con otras estrategias de conservación de la CAR forman un corredor verde en la Sabana. En el Corema resaltamos el sistema de paramos del oriente, del cual traemos gran cantidad de agua y por último le damos especial relevancia a la Reserva Forestal Protectora Bosque Oriental de Bogotá. Esta es la región que los bogotanos debemos ver.

Más allá de los debate técnicos, dado que estamos en un plano político (Weber, 1977), e incluso con el principio de prevención y precaución, las áreas protegidas no son lugares intocables, las decisiones futuras sobre el ordenamiento podrán tomar dos rumbos. El primero consiste en tomar decisiones de ordenamiento solamente mirando el cuadrado esbozado en la imagen 7, y el segundo tomando decisiones mirando la región ambiental planteada en la imagen 8.

Mirar el ordenamiento ambiental solamente desde el Corema de la imagen 7 es decir, solo mirando los bordes urbano ambientales conllevará muy probablemente a dar continuidad a la tradición administrativa que viene desde 1940, en la cual, la administración distrital se encierra en un perímetro, en una idea jurisdicción, con la obsesión romana de mostrar resultados por medio de obras que pueden ver quienes viven en el Distrito, y en ese caso, el Distrito no cumplirá uno de los objetivos del POT, que consiste en ser nodo de la región. Por este camino las discusiones sobre la reserva Thomas van der Hammen estarán centradas entre las necesidades de hacer viviendas (hacer más ciudades dentro o alrededor de la ciudad) versus los argumentos científicos a favor de la conservación, pero esta dimensión no le dará lugar a la necesidad de un proyecto de una ciudad dentro de una región.

Por otra parte, si miramos los problemas de ordenamiento ambiental desde la imagen 8, probablemente la ciudad podrá diseñar un proyecto de ciudad en la región y en sentido contrario, los actores regionales podrán construir un proyecto regional alrededor de la ciudad. Si esta posibilidad tuviera lugar, Bogotá y la Sabana por primera vez estarían en curso de un proyecto de unidad, pero en todas partes hay trabas que desarticulan las posibilidades de integración administrativa, solo para citar un ejemplo, el parágrafo del artículo primero de la Ley 1625 de 2013, sobre áreas metropolitanas, establece que Bogotá debe tener una ley especial para formar áreas metropolitanas con los municipios conurbados, disposición que entorpece la posibilidad de iniciar asociaciones efectivas.

En todo caso, si Bogotá tuviera poder para conservar, mejorar y garantizar la conservación de la estructura ecológica regional o construir proyectos urbanos en otros municipios con la respectiva estructura de servicios básicos, la disputa sobre la reserva del norte pasaría a un segundo plano, porque lo importantes es cómo Bogotá y la región garantizarán un equilibrio, sostenibilidad y vida digna a toda la población en los próximos años ¿Cómo serán gestionados los páramos del oriente?¿Cómo será recuperado el río Bogotá? ¿Cómo serán sembrados bosques para proteger la oferta hídrica de la región? ¿Cómo será garantizada la construcción de una vivienda digna para todos los habitantes de la Sabana? ¿Cómo será gestiona la estructura simbólica de conservación y convivencia con la naturaleza? Ese tipo de preguntas son las que deben ser respuestas por una administración distrital responsable con la región.



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